martes, 29 de enero de 2013

La Luna de Plata y la mujer de oscuros cabellos.

Dejadme que os cuente una historia de los Días de los Dioses, una historia que los maestros ya no cuentan, que los Hombres del Sol han prohibido, un cuento que ya sólo las mujeres conocen y comparten y sólo los bardos más valientes se atreven a cantar, dejadme que os cuente la historia de la Luna de Plata y la mujer de oscuros cabellos, de cómo las Estrellas Brillantes fueron creadas.

"Esta canción os la contaré cómo me la contó mi madre, y a ella su madre y la madre de su madre, hasta la primera mujer que desveló esta verdad, porque es una historia de mujeres que los hombres ya no quieren oír, aunque a los niños aún se les cuenta en la cuna, como una nana, la nana de las Estrellas que Brillan en el Cielo.

Hace mucho, mucho tiempo, cuando los Dioses aun moraban entre los Hombres de la Noche, cuando los Niños del Sol pisaron por primera vez el mundo y el cielo nocturno era oscuro y yermo, la Luna de Plata lloraba sola en el negro vacío, porque su amante el Sol de Fuego la había hecho daño; el joven rey del cielo matinal se creía por encima de ella y se reía de su inferioridad, porque los Dioses la habían condenado a seguirle eternamente, a ser un reflejo de su brillante luz  a ser su reina sometida. La Luna recordaba los días felices de antaño, cuando los Hombres de la Noche los reverenciaban por igual, pues eran las luces que les guiaban y guardaban de la Oscuridad Sin Fin, cuando ambos se amaban sinceramente y no había orgullo en los ojos dorados del Sol; pero entonces llegaron los Niños de la Mañana, fuertes y arrogantes, crecidos a luz del astro rey; poco a poco sometieron a los Hijos de la Noche, y amaron por encima de todo al Sol que les daba calor y vida, que les daba luz brillante y abundancia y dieron la espalda a la Luna, porque detestaban la noche oscura plagada de amenazas y temerosos, se resguardaban en sus moradas esperando que llegase el nuevo día, cantando sus alabanzas al Sol en cada amanecer. Y él, sonriente, los escuchaba y comenzó a amarlos más que a nada, porque agrandaban su ego domeñando la tierra en su nombre, y empezó a mirar desdeñoso a su amante, pues sus Niños la ignoraban y la hacían de menos a sus ojos ambiciosos. Y así llegó el día en que ya no hubo amor entre el Sol y la Luna, pero ambos estaban condenados a compartir el cielo y la Luna lloraba cada vez que las hirientes palabras del Sol rozaban su espíritu, y parecía que nadie, inmortal o humano, escuchara sus lamentos descorazonados.

Una noche de verano, la Luna lloraba sus penas sobre una colina tapizada de fragante hierva, sus lágrimas parecían inconsolables y se derramaban sobre la tierra creando arroyuelos de luz de plata fundida. Y entonces, entre su lamento, le llegó una voz de mujer.

-¿Por qué lloras, Luna?

Y la Luna no podía creer que alguien por fin la escuchara, porque los Niños del Sol jamás la miraban, ni la prestaban atención.
-Porque estoy sola, porque el Sol ya no me quiere, porque...-y la Luna le contó sus penas a la mujer desconocida.
-Yo te entiendo bien, Luna, porque también he conocido la soledad y el desamor, pero no llores más por ese arrogante que no te merece, es un estúpido que no se da cuenta  de que en realidad es él el que te persigue por las bóvedas celestes, y que sin ti su luz no tiene donde reflejarse. Si te hiere es porque tiene miedo  de la verdad: que sin la Oscuridad Sin Fin nos atraparia a todos, incluso a sus Niños, mientras dormimos en la noche. Eres bella y dulce, Luna, no llores más por quién no ha sabido merecerte, porque aún hay quien te ama en esta tierra.

Y diciendo esto, la mujer se perdió entre las sombras, la Luna, conmovida por sus palabras, no supo qué contestarle y tan sólo contempló su pálida belleza enmarcada por unos largos cabellos oscuros como la más profunda de las noches. Y en el corazón de la Luna una chispa se encendió, una cálida sensación que empezaba a llenar todo sus ser y deseó encontrarse con aquella mujer una vez más, para agradecerle  sus palabras, para ver de nuevo su oscuro cabello. Pero como Luna no podía pisar el suelo mortal, tomo forma humana: su figura esbelta era de blanca piel, sus cabellos plateados brillaban y sus ojos eran de gris azulado, profundos, sabios e intemporales. Vestida con níveas ropas, camino por la tierra dejando vacío el cielo.

Por días vago la Luna buscando a la mujer de oscuros cabellos, durante el día se sentía desfallecer bajo los rayos del Sol y se escondía temerosa de sus Niños, pues eran de rostros fieros y miradas salvajes, que tomaban aquellos que deseaban. Era el séptimo día de su búsqueda y temía ya no encontrar a a la mujer, pero sus pasos la llevaron a un bosque profundo y fresco, donde ni siquiera el arrogante Sol conseguía disipar todas las sombras; allí se sintió cómoda y recuperó los ánimos, más cuando su errante caminar la llevó a una pequeña aldea entre los árboles; observó a sus moradores desde la distancia, no eran Niños del Sol, sus facciones eran más suaves y sus voces más amables, y tenían los ojos grises y azules de los Hombres de la Noche. El corazón de la Luna gritó de felicidad, porque hacía tiempo que los creía desaparecidos para siempre, pero aún quedaban allí los antiguos moradores, hermanos amados de tiempos mejores.

-No esta bien espiar- dijo una voz a su espalda, sobresaltándola.
La Luna se volvió y contuvo el aliento al encontrarse frente a la mujer de oscuros cabellos, sus brillantes ojos verdes la miraban divertidos.
-Yo no estaba espiando- habló la Luna,- te estaba buscando a ti.
-¿A mí?
-Si, para darte las gracias por tus palabras la otra noche.
Y entonces la mujer pareció comprender y darse cuenta de que estaba ante la Luna, una sonrisa franca y cálida se dibujo en sus labios.
-No eres una Hija de la Noche- dijo por fin la Luna al darse cuenta de que sus rasgos diferían se los hombres de la aldea.
-Tus ojos ven mucho, pero no es cierto del todo; mi madre si lo era, pero mi padre era un Niño del Sol- la mujer miró hacia la aldea, dando la espalda a la Luna, su voz se tomó reflexiva, melancólica.-Ambos se amaron desde el primer momento en que sus miradas se cruzaron, no importaban sus creencias, ni el color de sus ojos, ni si seguían a la Luna o al Sol, tan sólo el amor que nació en sus corazones y que unió sus destinos .Pero en el pueblo de mi padre no podían ser felices, la gente les miraba con odio y desprecio, insultaban a mi madre y exigían a mi padre que la abandonara. Temiendo por sus vidas y la mía, que estaba en camino, se fueron del pueblo, más aún así no dejaron de ser perseguidos, fueran a dónde fuesen, los Niños del Sol les maldecían y amenazaban. No sé cuanto tiempo huyeron de aquellos que no querían comprender que hay cosas más fuerte que el odio irracional; yo vine al mundo en el camino, durante el crepúsculo, cuando el Sol de va para que llegues tú y para la gente de mi padre fui la peor de las abominaciones, pues por mis venas corre la sangre de dos pueblos, según ellos, uno superior y otro sometido, pero jamás unidos. Mis padres siguieron buscando un lugar seguro para vivir y por fin encontraron esta aldea escondida de la mirada del Sol, sin embargo, los rigores del camino y la vida a la intemperie acabaron con las fuerzas de mi madre, enfermó y nada se pudo hacer por salvar su vida. Mi padre, que tanto la amaba, tomó sus armas y salió a buscar su venganza, dejándome al cuidado de estas gentes; dicen que se llevó a muchos Niños del Sol a la Oscuridad Sin Fin antes que los Guerreros Llameantes les diesen caza y muerte. Al final el odio me arrebató lo que más quería, pero yo no quiero que ese sentimiento que envenena el corazón me ciegue, quiero amar a mis dos pueblos y pensar que algún día los Hombres de la Noche salgan del olvido y ambos convivan en armonía.

La Luna adivinó las lágrimas en los ojos de la mujer y sin pensarlo la abrazó  para consolarla.
Por un tiempo permanecieron así, sin decirse nada, mientras la noche se iba cerniendo sobre el mundo, envolviéndolas en profundas sombras, bajo la mirada cómplice del bosque.

-Siento que algo nos une- dijo la Luna deshaciendo el abrazo,- a ti y a mi, que hemos perdido tanto.
-Pero no estés triste, Luna, ni por mi ni por ti, aún estamos vivas, eso es lo que importa- la mujer sonría y sus ojos brillaban.
Y la Luna y la mujer de oscuros cabellos hablaron largo rato, de ellas, de las cosas que las inquietaban, hasta que uno de los niños se acercaron a ellas, pequeños huérfanos que, como la mujer, habían perdido a sus padres a manos de los Niños del Sol. Los chiquillos querían que les contaran un cuento, así que Luna, cogiendo al más pequeño de ellos en su regazo, les narró antiguas historias de los Dioses, de cuando Jaraka, el de Ojos de Halcón, encontró la Espada Carmesí y se enfrentó a Maraka, su hermano gemelo, que desafió a sus Mayores. O de Ara, la primera hija de Kalet, el Señor de Tormentas, que bajo su lanza unió naciones enteras a las que gobernó hasta que los Dioses la llamaron a su lado.

-¿Y por qué no hay luna esta noche? - preguntó una niña.
-Porque a veces hasta ella tiene a alguien a quién quiere ver y se toma un pequeño descanso para poder hacerlo - contestó la mujer de oscuros cabellos, la Luna sonrió.
-Yo quiero que vuelva, la noche es muy oscura y da miedo ahora que no está - dijo otro de los niños.
-Pero no hay que ser egoístas, la luna brilla todas las noches para nosotros - les dijo la mujer y los pequeños asintieron. - Y ya es hora de que os vayáis a dormir, vamos, enseguida iré a daros la buenas noches.

Cuando los niños se despidieron y corrieron de vuelta a la aldea, la Luna se levantó y contempló el oscuro cielo, vacío, inerte, atemorizante desde donde lo miraba.
-Ya es hora de volver, no hay que ser egoístas, y debo cumplir con mi deber de ahuyentar la Oscuridad Sin Fin - se volvió hacia la mujer.- Pero tal vez vuelva, aquí, a tu lado me siento como antes de los días de los Niño del Sol.
-Espero que lo hagas - le besó suavemente en la mejilla, - buenas noches -. Y se perdió en las sombras del camino a la aldea.
La Luna se llevó la mano allí donde los labios de la mujer habían rozado su piel y poco a poco, recuperó su forma celeste para volver el cielo oscuro e iluminar levemente la noche con su luz.

Los días se sucedieron y a la Luna se le hicieron largos en la noche vacía y las mañanas de indiferencia y cuando aún quedaba una semana para que terminara el ciclo de las Luces Estivales, tomó forma humana y volvió a visitar la aldea, donde se encontró con la mujer de oscuros cabellos. Pasaron aquella semana juntas, caminando entre las sombras profundas del fragante bosque, contándose los secretos más recónditos de sus almas; hasta que la última noche antes que la Luna volviera a su camino en el cielo, se hicieron una promesa.

-Volveré a verte una semana antes de que acabe el ciclo, siempre - dijo la Luna.
-¿Por qué?
-Porque eres lo mejor que me ha pasado desde que comencé mi andar y los Dioses me dieron mi nombre. Porque te añoro en mis noches eternas, porque te quiero.

Y la mujer de oscuros cabellos y verde mirada sonrió y besó a la Luna de Plata y la Luna respondió a su beso con una pasión que creía olvidada. Y bajo la oscuridad que llenaba la tierra, unieron sus cuerpos hasta que su ser fue uno y sus corazones latieron juntos. Y dicen que aquel amor era el más grande que los Dioses jamás contemplaron.

La Luna mantuvo su promesa, y cada ciclo acudía a encontrarse con la mujer de oscuros cabellos y juntas eran felices más allá del dolor que alguna vez sintieron. Pero quiso el destino o algún Poder por encima de éste, que a oídos del Sol de mirada ardiente llegasen rumores sobre la extraña desaparición de la Luna durante la última semana del ciclo; y cuando le preguntó exigente y ella no contestó más que con evasivas y en sus ojos vio el brillo de la felicidad, decidió convocar a sus Guerreros Llameantes, los más salvajes y astutos de sus Niños, fieros y diestros guerreros, que obedecían a su señor ciegamente; les ordenó seguir a la Luna y descubrir a dónde iba esos días que se ausentaba del cielo nocturno, abandonando sus tareas.

Los Guerreros Llameantes espiaron a la Luna y vieron cómo tomaba forma de mujer mortal y dirigía sus pasos al bosque inexplorado, hasta allí la siguieron con sigilo, descubrieron la aldea de los Hijos de la Noche y fueron testigos del encuentro de la Luna con la mujer de oscuros cabellos. Y aquellas noticias llevaron a su señor, que en su orgullo y arrogancia se encendió de ira y planeó su acto  más cruel como rey del cielo matinal.

-Volveréis a la aldea un día antes de que ella lo haga el próximo ciclo, arrasadla, reducidla a cenizas o esclavizar a su gente, me da igual, pero quiero que esa mujer muera, la Luna es mía y siempre lo será, es su Sino seguirme  hasta el final de los tiempos, ha de ser mi reina obediente y yo su Rey - ordenó el Sol celoso y sus hombres asintieron.

Enardecidos como si ya olieran la sangre a derramar, los Guerreros Llameantes esperaron impacientes la llegada del día señalado, afilaron sus armas y pintaron sus cuerpos con dibujos grotescos. Y cuando el momento llegó, partieron como perros de caza sedientos de carne y muerte. Dicen que se abatieron sobre la aldea desprotegida como una oscura ola; golpeando, despedazando y matando, dándose un baño de sangre, aullando como bestias salvajes, sólo los más rápidos pudieron huir de aquella carnicería, pero fueron muy pocos y entre ellos no estaba la mujer de oscuros cabellos; ella defendió la aldea junto a otros con su arco y sus flechas y su espada corta cuando su carcaj quedó vacío, pero los Guerreros Llameantes eran los mejores soldados y los más sanguinarios, y pronto todo su esfuerzo fue inútil, uno a uno los defensores fueron cayendo bajo el acero enrojecido de sus verdugos. Y a la mujer de oscuros cabellos también le llegó su hora; ensañándose especialmente con ella, atravesaron su cuerpo con sus hierros una y otra vez, hasta que la dejaron caer sobre el embarrado suelo, dándola por muerta, pues la vida se le escapaba gota a gota con su sangre derramada, los ojos verdes  perdiéndose lentamente en el infinito, viendo más allá de la consciencia el rostro amado de la Luna.

Y  cuando ésta volvió a la aldea la noche siguiente, sintió  romperse su corazón en mil pedazos, pues de ella no quedaban más que frías cenizas y los cadáveres de los Hombres de la Noche; desesperada buscó a su amante entre ellos, temeros de encontrarla, lo hizo al fin donde la aldea y el bosque se confundían; yacía de espaldas sobre un charco de sangre reseca, la mirada vacía prendida en el cielo y una espada sobresaliendo de su cuerpo. La Luna retiró aquel pérfido acero y supo por él que era de los Guerreros Llameantes y que el Sol estaría detrás de todo aquello, pero ahora su pena era más grande que su odio. Acunando entre sus brazos el cuerpo inerte de la mujer de oscuros cabellos, sus lágrimas se derramaron inconsolables e incontables sobre la tierra; era tan profundo y desgarrador su dolor, que parecía no tener fin, sintiendo como si le hubiesen arrancado el alma y atravesado su corazón con la más afilada de las espadas. Lloró,lloró por interminables días de agonía, no sólo por la mujer que amaba y que le habían arrebatado, sino también por los Hombres de la Noche que ya no volverían a reír en la aldea destruida. Lloró y sus lágrimas dieron ser a un río de plata estremecida que anegó el bosque, acogiendo bajo sus aguas los cuerpos muertos , tumba sumergida para que nunca más fuesen mancillados y allí dejó el cuerpo de su amante, entre las aguas de su pena y cuentan que siguió llorando cuando volvió al negro cielo y sus lágrimas de plata prendieron en la oscuridad, ardiendo con la fuerza del dolor y el amor, y se esparcieron por toda la bóveda celeste, creando el mayor homenaje para aquellos que habían perdido la vida por el orgullo ciego del Sol; las Estrella que Brillan en la noche, hijas de la pena de la Luna, luces que dieron vida al cielo yermo, monumento al amor y a la pena, recuerdo de la mujer que más había amado.

Y la Luna mantuvo su promesa, y pese al paso de los siglos y el cambiar del devenir de los Hombres del Sol, una semana antes del fin del ciclo abandonaba el cielo, nunca más vacío, y visitaba la tumba sin nombre donde el espíritu de ella aun le espera y la esperará por siempre. No odió al Sol, pero nunca jamás volvió a hablarle, ni aun cuando sus caminos se encuentran, y aunque él protestó a los Dioses por semejante actitud, estos le dijeron que aquello no el más que el fruto de su arrogancia y que nada harían a la Luna y que incluso ellos habían dolido de su pena.

Esta es la historia de cómo nacieron las Estrellas, la única y verdadera que los maestros ya no cuentan y que los hijos del Sol han prohibido (pues ellos afirman que es el Sol quién las creó), la historia que pasa de madres a hijas, como el más preciado de los secretos que las mujeres guardan.




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