lunes, 28 de enero de 2013

UN BONITO DÍA.

Por fin, cuando estaba anocheciendo y apenas quedaba ya luz en el camino que le permitiese ver dónde pisaba, llegó a casa.

Era un bonito día de invierno, con nubes negras que cubrían todo el cielo impidiendo el paso de los en esa época tímidos rayos de sol, la lluvia cayendo por momentos con furia, el viento silbando y agitando todo alrededor en una carrera sin meta, el frío tan intenso como acostumbraba, apaciguando y ocultando casi toda vida.

Cerró la puerta con fuerza, impidiendo entrar a una ráfaga de viento que parecía también querer refugiarse allí, en la calidez de un hogar, y se quitó la ropa empapada. Por suerte, aún quedaban unas pocas ascuas en la gran chimenea que pudo reavivar, y la habitación, junto a la comida que colgaba sobre el fuego, comenzó a calentarse.
Se sentó frente a ella. Le dolían las piernas, pero era un dolor soportable, debido a no ser el que más sentía, ni temía.Un poco de agua caliente podía aliviarlo.A menudo soñaba con un mundo en el que todo dolor fuese tan fácil de curar.

Pero aún así, se creía afortunado. Le reconfortaba escuchar la tormenta tras los sólidos muros de la cabaña, el viento  golpeando todo alrededor, recordar la sensación del frío en el camino, y ahora sentirse protegido de ello.
Ojala todo en su vida hubiese estado tan protegido. A veces  se arrepentía de no haber resguardado cosas demasiado valiosas como para ofrecerlas sin estar seguro de que serían aceptadas.

Su perro apareció somnoliento, acercándose para darle un lametón de bienvenida, y se tumbó a sus pies, cerca del fuego que ardía ya vivamente.

-¿Cómo estas? ¿Qué tal el día? - le preguntó, como siempre hacía, aún sabiendo que no iba a obtener más respuesta que la del día anterior.
Ciertamente, añoraba escuchar esas preguntas de otros labios.

Al final, ayudado por la calidez del ambiente, el sueño le venció, igual que sus sentimientos lo habían vencido en tantas ocasiones. Y soñó, pues para él era como vivir otra vida.


Al rato, una caricia lo despertó suavemente. Su perro. Tenía hambre.
No pudo evitar sonreír, a pesar de lo quizá triste del hecho, al compararlo con quien, en el sueño, le acompañaba y compartía caricias.

Sus tripas rugieron. Vaya... también él tenía hambre-

Los sueños, aunque alimenten el espíritu, no llenan estómagos.

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